martes, 24 de mayo de 2011

Dependientas bordes, pisos inhabitables y otras cosas.

Y aquí estoy a las dos de la noche, un martes en plena época de exámenes. ¿En la biblioteca? Pues no, en la ventana de mi piso, con el portátil y cero ganas de estudiar. Pero dejando mi negro futuro como publicista aparte, quiero que sepáis que al estar sentada en un mueble pegado a la ventana con ésta abierta (por el infernal calor de mi habitación) me estoy arriesgando a que me vigile mi “acosador”. Mi “acosador” es un ser que vive en el edificio de enfrente y que nada más mudarnos cada vez que yo fumaba en la ventana no paraba de mirar. De hecho, si, acaba de pasearse en frente de su ventana. Tengo miedo, miedito.

Pero el acosador es un tema que dejaré en el pasado, porque estoy buscando otro piso (con una compañera más) para mudarnos en Septiembre. Huum… Buscar piso. La verdad, creía que en la ciudad en la que vivo esto no iba a ser tan difícil. Teníamos varios mirados por Internet y al final llamamos para concertar una cita para ver uno que “supuestamente” no estaba mal. Que decir, es que creo que nos metieron en una cueva (eso si, grande) de antes de la guerra civil y en pleno centro. Pasillos kilométricos con paredes de yeso, baños que están en mini patios y huelen a pis (asqueroso) y camas que son pasto para las ladillas (literalmente). Pero lo que más me gustó, morbosamente hablando, fue un armario-despensa que había tras una puerta que estaba tapada con un sofá; era muy útil para guardar el cadáver de tu casera cuando ya no te quede dinero para pagar y tengas que matarla.

(El acosador ha vuelto.)

Está claro que el tema del piso va a ser difícil. Pero lo que supuestamente tiene que ser fácil es cuando vas por una calle camino de tu casa con tu novio y ves un vestido precioso en una pequeña tienda de barrio y decides entrar a preguntas cuanto cuesta y esas cosas. Pues error eso puede ser además de difícil, muy desagradable. Y eso es lo que me pasó hoy y yo tan ingenua, entré. La dependienta (una señora entrada en carnes y en edad) salió de un cuarto abrochandose los botones y con cara de que habíamos interrumpido algo. Me dijo el precio y mirándome de arriba abajo me insinuó que el vestido “podría” caberme:

- Umm.. pues podría valerte, que usas una 38-40?

Yo le puse cara de “operación biquini en proceso” y le dije que usaba dos tallas menos (vaya ojo tiene la señora) y fui igual de simpática que ella marchándome de la tienda. Fue un episodio duro para mi síndrome pre-menstrual.

Y aquí estoy, sin sueño y sin ganas de estudiar para mi próximo examen de Derecho de la publicidad. Creo que me iré a la cama a seguir viendo videos de maquillaje en YouTube (un tema obsesivo sobre el que, sin duda, escribiré pronto).

Adiós acosador mío, hasta otra noche aburrida.