Normalmente me encanta viajar en el autobús por la mañana para ir a la facultad. Si, me gusta. Después de mi café y el cigarro de por la mañana, me siento (suelo tener el privilegio de poder sentarme) en el autobús número 39 dirección Campus, me enchufo mis cascos y rezo para que no me haya tocado un conductor reencarnación de algún piloto de formula 1 ya muerto.
Y es que para mi es mi momento de relax del día, sobre todo en está época de exámenes y las semana después de Navidad en la que no paraba ni un momento por cuestión de los malditos trabajos (otro tema apasionante, pero que no me apetece recordar).
La cuestión es que hace unas dos semanas tuve mi segundo examen: Sociología (apasionante tocho de apuntes del cuál sólo se me han quedado los tipos de suicidio que explicó noseque tío…). Bueno, pues la noche antes, como todo buen estudiante (activad vuestro modo irónico, por favor) me quedé en la biblioteca hasta una hora nada decente. Aún así me desperté a la mañana siguiente dispuesta a comerme el mundo y esperando en la parada del autobús con tiempo suficiente.
Pues bueno, suele tardar unos 10 minutos ese maravilloso transporte mío de relax. Saco la Blackberry, saco los auriculares y me dispongo a esperar.
Después de 20 minutos me empiezo a preocupar un poco porque si no viene en seguida no me dará tiempo a repasar antes del examen (que ilusa e ingenua).
Después de media hora, lo único que cambiaba en el panel electrónico de la parada eran los minutos que pasaba y los grados de temperatura que iban subiendo. Yo empecé a cambiar mi modo “todo va a salir bien” por el de “chica ligeramente neurótica”. Ya no sabia si sentarme, repasar o ponerme a llorar.
Luego, cuando me di cuenta de que la situación era catastrófica llamé a un amigo de clase para que avisará a la profesora, de hecho estuve a punto de llamar hasta a los bomberos o poner una queja o algo así (yo en las situaciones límite no reacciono muy bien).
Total, que al cabo de una hora y 3 grados de temperatura más, llegó. Y yo llegué al examen. Tarde. Bastante tarde. Fue un desastre.
Ahora en mi lista de “ex cosas” incluyo el maldito autobús número 39 dirección Campus. Se acabó los viajes de relax! Esto es la guerra.
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