Mi siguiente (y última) parada este verano es Ucrania, más concretamente
Berezhany, una ciudad ubicada al oeste de Ucrania; un pequeño paraíso de
paz y tranquilidad (eso creía yo), con una casa de verano de mis abuelos al lado
de un bonito bosque… Si, bueno, no aprendo, sigo creyendo en duendes verdes y
Campanillas.
La realidad es que mis abuelos tienen un perro, que si se pone (y creo que
ganas no le faltan) y me salta encima es más alto que yo. Además, por mucho que
se empeñe mi abuelo en decir lo contrario, NO, no le caigo bien; me soporta,
pero me ignora, es un maldito lameculos y me hace quedar mal.
La realidad es que tengo alergia a todo el boque entero. Mi madre, querida,
querida, mamá; me obliga a dar con ella “paseos” por el bosque que más que
paseos parecen excursiones militares; no me cansaré de repetirle que yo con
tacones por la ciudad, todo lo que quieras, pero en el monte? Por favor… ¿Es qué
no me conoce?
La realidad es que todos aquí se empeñan en que me casé ya.
Pero hoy no voy a hablar del perro, ni tampoco de los “paseos” obligados con
mi madre. El caso es que se me ocurrió que no podía perderme “el clásico” vamos,
el Barça-Madrid de toda la vida. Y el hecho de estar aquí no iba a ser un
impedimento para ver el partido con cerveza y patatas fritas (mi celulitis si
que debería ser un impedimento, pero ese es otro tema)
Pues resulta que en Berezhany hay muy pocos futboleros… Quedé con un chico
(que tiene su propio bar y que conocí por casualidad) en que lo veríamos ahí mi
primo y yo, pero el muy imbécil nos dejó tirados por una mala película que
emitían por la televisión. Indignada (y para que mentirnos, un poco desesperada)
me puse a buscar soluciones. Entonces caímos en que un amigo de mi padre estaba
de guardia nocturno en un pequeño local en el que se podía ver el partido.
Después de media hora y unos sobornos a base de cerveza y panchitos,
conseguimos sentarnos incómodamente en unos bancos de madera que me aplanaban en
culo. Fue justo entonces cuando unos que iban paseando por la calle vieron por
la ventana el partido y decidieron unirse a nosotros con todo su morro y una
botella de Vodka.
Yo creo que fue un acto de plena maldad. Además de que resulté ser la única
chica (y la única que iba con el Barça), resultó que a los tíos plastas menos el
futbol le interesaba de todo lo que me pasaba. Menuda primera parte que me
dieron, no se callaban ni cuando marcó el Madrid… Y no entendieron mi rechazo
hacía el Vodka tampoco…
En fin, un desastre de noche que se remató por completo cuando no había
manera de encontrar taxi para volver a casa.
¿Dónde está mi paraíso de paz y tranquilidad con duendes verdes y
Campanillas?
¿Dónde estaban ubicados los bares que acogen a pesados como aquellos?
Y lo más importante de todo… ¿Dónde ha quedado el derecho al clásico para una
chica como yo?
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